Cuentos en el fin del mundo
(me había olvidado de colgar esta nota, y no quiero dejar de hacerlo)
Lo escribe Raúl Cuevas, después de narrar en Ushuaia
Hace un año estuve “turisteando” por toda la Patagonia y llegué a Ushuaia.
Allí comí dulce de calafate.
Una creencia popular dice que quien lo hace, regresa a esa ciudad. Yo no creía en esas cosas, pero así fue. El 25 de noviembre se cumplió. Esta vez volví como narrador, convocado por la Biblioteca Popular Sarmiento.
Noté que allí llaman a las Bibliotecas, cariñosamente, “Biblio”. ¿Será por ese sentimiento que son tan completas, tan bonitas, y están llenas de gente que le aportan vida a través de sus ganas? Y ¿será por esa actitud que me sorprendió que el público infantil fuera tan lector y conociera la mayoría de los textos y autores de los cuentos que narraba? ¿Y que los pocos narradores
–contados con los dedos de una mano- hayan empezado a contar sin proponérselo, sin tener referentes o modelos y de maneras absolutamente azarosas?
Realmente, debo reconocer que me encantó, me emocionó y me hizo crecer esto de hacer una “gira” con los cuentos.
Me sentí como el árbol del canelo que, por aquellas latitudes, necesita de la lenga para crecer bajo su amparo y protección. Todo el tiempo tuve muy presente a mi “lenga” que supo plantarme y hacerme desarrollar bajo sus observaciones, regándome generosamente con su maestría de narrador: sí, hablo de Claudio “Lenga” Ledesma.
Y allí tuve la compañía de otros “árboles” que también rodean al canelo: los ñires y cohigües que me acompañaron, me llenaron de finas atenciones y de su agradable compañía. Por citar solo a algunos, puedo hablarles de Irma, una directora de Biblioteca que devino en asesora de imagen, encargada de prensa, enfermera y estuvo “conduciendo a Miss Daisy” todo el tiempo con su servicio “puerta a puerta”.
Además, la Comisión Directiva hizo que cada día compartiera una comida con diferentes personalidades de la ciudad, como Victoria, una joven de setenta y tres años, nativa y amiga de los yámanas, los pobladores originarios; Irma –que también tiene otros nombres artísticos: Matilde y Agostina- que compartió a su extendida familia y me trató
como si fuera su octavo hijo. Puedo mencionar también a María Julia, que me contó historias fueguinas mientras dábamos un paseo junto al lago Roca, y a Graciela, defensora acérrima del medio ambiente y los derechos del ciudadano, escaladora de montañas que colocó en cada pico un libro de cumbres para dejar mensajes en libretitas que están preservadas con estuches caseros, fabricados con envases vacíos de suero fisiológico y que me llevó a dar un paseo didáctico por los bosques del Parque Nacional, haciéndome degustar hongos que quitábamos de los árboles y -aunque no lo crean- también me invitó a comer… ¡flores! (les recomiendo que prueben las flores de las plantas que dan fruto: ¡son deliciosas!)
Recuerdo también a Esther, tan simple, inteligente y hospitalaria; a Rosana,
una funcionaria que prioriza el fomento de la cultura en la provincia de la que es representante, y a Fernanda, quien apostó a la intuición y la armonía.
Puede ser que ahora crea en las leyendas populares. Esta vez no comí dulce, sino la mismísima flor del calafate. Por eso, creo que no tengo dentro de mí solo a sus pétalos, gineceo y androceos, sino a todo su pueblo, su cultura y sus puertas abiertas. Así que creo que pronto nos volveremos a ver con cuentos en el fin del mundo.
Aqui esta la nota, por si quieren compartir la lectura. Raulo
http://www.eldiariodelfindelmundo.com/ver.php?modulo=ver_noticia&id=7701
Lo escribe Raúl Cuevas, después de narrar en Ushuaia
Hace un año estuve “turisteando” por toda la Patagonia y llegué a Ushuaia.
Allí comí dulce de calafate.
Una creencia popular dice que quien lo hace, regresa a esa ciudad. Yo no creía en esas cosas, pero así fue. El 25 de noviembre se cumplió. Esta vez volví como narrador, convocado por la Biblioteca Popular Sarmiento.
Noté que allí llaman a las Bibliotecas, cariñosamente, “Biblio”. ¿Será por ese sentimiento que son tan completas, tan bonitas, y están llenas de gente que le aportan vida a través de sus ganas? Y ¿será por esa actitud que me sorprendió que el público infantil fuera tan lector y conociera la mayoría de los textos y autores de los cuentos que narraba? ¿Y que los pocos narradores
–contados con los dedos de una mano- hayan empezado a contar sin proponérselo, sin tener referentes o modelos y de maneras absolutamente azarosas?
Realmente, debo reconocer que me encantó, me emocionó y me hizo crecer esto de hacer una “gira” con los cuentos.
Me sentí como el árbol del canelo que, por aquellas latitudes, necesita de la lenga para crecer bajo su amparo y protección. Todo el tiempo tuve muy presente a mi “lenga” que supo plantarme y hacerme desarrollar bajo sus observaciones, regándome generosamente con su maestría de narrador: sí, hablo de Claudio “Lenga” Ledesma.
Y allí tuve la compañía de otros “árboles” que también rodean al canelo: los ñires y cohigües que me acompañaron, me llenaron de finas atenciones y de su agradable compañía. Por citar solo a algunos, puedo hablarles de Irma, una directora de Biblioteca que devino en asesora de imagen, encargada de prensa, enfermera y estuvo “conduciendo a Miss Daisy” todo el tiempo con su servicio “puerta a puerta”.
Además, la Comisión Directiva hizo que cada día compartiera una comida con diferentes personalidades de la ciudad, como Victoria, una joven de setenta y tres años, nativa y amiga de los yámanas, los pobladores originarios; Irma –que también tiene otros nombres artísticos: Matilde y Agostina- que compartió a su extendida familia y me trató
como si fuera su octavo hijo. Puedo mencionar también a María Julia, que me contó historias fueguinas mientras dábamos un paseo junto al lago Roca, y a Graciela, defensora acérrima del medio ambiente y los derechos del ciudadano, escaladora de montañas que colocó en cada pico un libro de cumbres para dejar mensajes en libretitas que están preservadas con estuches caseros, fabricados con envases vacíos de suero fisiológico y que me llevó a dar un paseo didáctico por los bosques del Parque Nacional, haciéndome degustar hongos que quitábamos de los árboles y -aunque no lo crean- también me invitó a comer… ¡flores! (les recomiendo que prueben las flores de las plantas que dan fruto: ¡son deliciosas!)
Recuerdo también a Esther, tan simple, inteligente y hospitalaria; a Rosana,
una funcionaria que prioriza el fomento de la cultura en la provincia de la que es representante, y a Fernanda, quien apostó a la intuición y la armonía.
Puede ser que ahora crea en las leyendas populares. Esta vez no comí dulce, sino la mismísima flor del calafate. Por eso, creo que no tengo dentro de mí solo a sus pétalos, gineceo y androceos, sino a todo su pueblo, su cultura y sus puertas abiertas. Así que creo que pronto nos volveremos a ver con cuentos en el fin del mundo.
Aqui esta la nota, por si quieren compartir la lectura. Raulo
http://www.eldiariodelfindelmundo.com/ver.php?modulo=ver_noticia&id=7701
Etiquetas: narración oral, narradores
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home